jueves, 8 de noviembre de 2018

Valiente

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Hoy comentaba en un tweet la simpática experiencia que he tenido en el metro con un niño. Es deformación profesional y posiblemente innato amor a la infancia, mi tendencia a ponerme cerca de ellos. Siempre me llevo algo bueno: una sonrisa, una mirada cómplice, un juego, o como hoy, una interesante conversación.

Como decía, iba con los auriculares escuchando música, y hemos cruzado las miradas. Él, ajeno al aparato musical que me impedía escucharlo, ha comenzado la conversación conmigo. Al darme cuenta, me he retirado los cascos, y me he agachado (si supiéramos cuánto hay a la altura de los ojos de los niños, estaríamos con ellos siempre de rodillas.)

Le he preguntado qué me había dicho, y me ha contestado que iba al médico. Más concretamente, al médico de los dientes. Le he preguntado si tenía miedo, y me ha dicho que sí.

Su madre, con mirada simpática y cómplice de nuestra conversación, ha contestado “Pero él no tiene miedo porque es muy valiente”.

Muy posiblemente estaba intentando tranquilizarlo. Y más allá, desearía que no tuviera miedo. Pero es que, para que no tuviera miedo, tendría que no ir al medico de los dientes. ¡Ojalá y no tuviera que ir al dentista! Ese sí que es un deseo realista.

El problema es que aún hoy en día, muchas personas siguen pensando que hay emociones positivas y negativas. Buenas y malas. Y esta categorización, hace  que inevitablemente, queramos protegernos o protegerlos de las que creemos que pueden llegar a dañar.  Pero lo que realmente hace daño, es reprimir emociones que son tan necesarias para sobrevivir. Lo que es negativo en todo caso, es lo que hacemos con lo que sentimos.

Sería equiparable a querer que no expreses dolor si te quemas con el fuego. Más allá, sería querer que aunque te quemases, no te doliese. ¡Ojalá y no te quemases! Ese sí es un deseo realista. Ojala y no te duela aunque te quemes, es un deseo imposible. Así que, entendiendo que te va a doler, es necesario que lo digas. La percepción del dolor tiene una función tan importante en la supervivencia como expresarlo.

Nuestras emociones son las mismas que las de los niños: nos enfadamos, nos alegramos, nos ponemos tristes...Sin embargo, contamos con muchos más recursos para enfrentarnos a ellas. En el caso de los niños, todavía no son capaces de identificar lo que les pasa. Es por eso que es tan importante ayudarlos con nuestras palabras a traducir lo que sienten para tener conciencia de lo que necesitan. De esta manera, estamos legitimando lo que están sintiendo.

Así que, cuando un niño comparta contigo una emocion que le hace sentir mal, dale permiso para sentirlo: "entiendo que estés asustado por tener que ir al dentista", "comprendo que estés triste porque no está tu amigo", "a mí también me hubiera gustado poder encontrar la pelota".

No lo juzgues, ni niegues lo que siente. No le prohíbas sentir.

Volviendo al niño del metro, sin duda compartir su miedo conmigo le ha ayudado a legitimizar su sentir. Hemos hablado sobre cómo son los médicos, qué aparatos tienen en la consulta, lo simpáticos que son, el dolor que a veces causan y para qué sirven las ambulancias. El conocimiento crea sensación de control. Y el control también nos ha servido durante toda nuestra historia para la supervivencia.

A su madre le he dicho que no era verdad que no tuviera miedo. Pero ni él, ni ninguno de los que íbamos en el vagón. Y que lo realmente valiente, era que lo había dicho.

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