Los peores golpes, están vestidos de legitimidad, de aceptación, de convencimiento de estar haciendo lo correcto. ¿Aunque el otro llore? Sí, aunque el otro llore.
¿Qué pensarías si te ofreciesen la posibilidad de hablar en público para una presentación y tú no quisieras? Te da vergüenza, o no sabes sobre el tema, o simplemente no quieres. Dices asertivamente que no, y continuamos. Pero esa persona te coge del brazo, y te lleva hasta allí. Le vuelves a decir que no quieres hacerlo, ya con la respiración más agitada, temeroso de que no te deje hacer tu voluntad. Pero entonces aparece el director, y te dice que tienes que hacerlo. ¡Qué tienes que hacerlo! ¿Por qué? Te atreves a preguntar. Pues porque sí.
A estas alturas del relato, ya estás leyendo contrariado, extrañado por lo inverosímil o al menos infrecuente de la situación. ¿Pero y si el protagonista de la historia fuera un niño? Y si en vez de una presentación fuese enseñar su trabajo a la clase, o hacer el baile que se ha aprendido en la cena de navidad, o subir al púlpito a leer la Palabra en misa? De repente, parece que la vara de medir tiene un sistema de medición diferente. Lo que para mí era inaceptable, para él es "pero qué más le da", "¿qué pasa, que no te sabes la lección?", "es que tiene vergüenza. ¡Pero si es la tía, hombre!"
Lo veo a diario. Deslegitimizar el sufrimiento de los niños. Darles a sus lágrimas un valor diferente al de los adultos. Cuando, os aseguro que siempre (sí, siempre) son necesarias.
Así que, la próxima vez que os encontréis juzgando a un niño porque "no es para tanto", imaginaros en su papel. Haceros pequeñitos, como hacía la ya apolillada Pepita Pulgarcita. Imaginaros ahí, con todo ese miedo, con todas esas lágrimas. Mirarlos a los ojos. Atreveros a hacerlo. Y entender que no tenéis más derechos que ellos. Que de hecho, ellos tienen más derecho que vosotros. Porque en pro de hacer valer la mayoría de los suyos, te necesita a tí, adulto, para que los hagas cumplir.
#NoEsTanDiferente