No es infrecuente la demanda que me encuentro en consulta realizada por padres y madres acerca del motivo que genera a sus hijos a actuar como lo hacen. Es curioso a su vez, que aún siendo esa la duda con la que acuden, sea una de las preguntas que no se han hecho a ellos mismos. Cuando yo les contesto con la pregunta “¿Y qué crees que era lo que tu hijo necesitaba en ese momento cuando... (gritaba, lloraba, rompía...)? Ahí, en ese momento, sí son capaces en mayor o menor medida, de darse una respuesta.
Pongamos un ejemplo. Un padre que me relata que cuando comienza a preparar la cena de su hijo de tres años, éste a veces, se niega a comer, y ésto le supone alargar el tiempo destinado a la cena, disponer de menos para otras actividades, enfadarse con su hijo...Cuando le pregunto “Oye, ¿y qué crees que era lo que estaba necesitando en ese momento?”. Ahí, cuando es capaz de salir de su propia -y completamente lícita- necesidad, para adentrarse en la de su hijo, es cuando ve con más claridad “Creo que lo que le hubiera gustado es que cenara con él. Me lo ha pedido varias veces, pero yo prefiero hacerlo cuando él ya está en la cama”.
Vale, entonces la situación es otra. Él no está reaccionando porque no le gusta la cena. Lo que pasa, es que quiere cenar contigo. Y oye, bien visto, actuando así (gritando, llorando, rompiendo), consigue que estés a su lado mientras lo hace. No es exactamente lo que quería, pero se le acerca. Al final, su comportamiento no deja de ser una herramienta de supervivencia. Es decir, le sirve para algo que necesita.
No hay ninguna conducta en el niño (ni en el adulto, si me apuras) que no tenga una finalidad. Otra cosa es que la conozcamos. Y voy más allá. A lo mejor la conocemos, pero no sabemos cómo hacerla explícita. ¿Cuántas veces los adultos, ante una situación que nos produce frustración, tristeza, ansiedad...lo que expresamos es enfado? Pues imaginaros...si nosotros que deberíamos tener cierto abanico de herramientas para expresar cómo nos sentimos, nos cuesta, cómo de bien lo puede hacer un niño de tres años...Pues lo mejor que puede, sin duda.
Yo os animo que a la pregunta de “¿por qué lo hace?” le deis una vuelta de rosca, y os preguntéis “¿para qué lo hace?”. Porque en esa finalidad, está el motivo. El “para qué”, está relacionado con su necesidad. En el por qué, hay en muchas ocasiones un juicio implícito. Y a nadie nos gusta que nos juzguen.
No hay comentarios:
Publicar un comentario