domingo, 9 de diciembre de 2018

Papeles de regalo

Con el paso de los años, tengo la sensación de que el cambio de estación es mucho más abrupto que cuando era pequeña. La ropa de entretiempo siempre tengo que acompañarla de alguna que otra prenda más de abrigo, o tiene que ir sobre otra que dado el momento, me permita despojarme de algún que otro grado de más que me sobra.

Tener que ir de esta guisa me resulta extraño estando en Adviento. Llamadme rara, pero echo de menos el frío de verdad. El que permitía que nevase el último día de clase antes de las vacaciones. Y el que antecedía a los regalos, protagonistas indudables de estas fechas y de esta entrada.

Hay regalos para todos los gustos: de Papá Noel, del Niño Jesús, de los Reyes Magos...La cosa es que llega mediados de enero y algunas casas parecen un almacén de Toys’R’us.

No voy a entrar a hablar sobre la fuerza que impulsa a cubrir con regalos a los niños. A veces responde a un deseo de contrarestar el poco tiempo que pasamos con ellos, querer que tengan todo lo que no tuvimos nosotros, o demostrarles cuánto los queremos. Cada uno tiene su motivo y estoy segura que nace desde el amor. Pero más allá, hoy quería prestar atención en "el papel de regalo".

Papeles de regalo como “Papá Noel te está viendo y sabe lo que haces”, “Si no te portas bien, los reyes sólo te van a traer carbón”, o la pregunta dicotómica por excelencia “¿Cómo te has portado este año?”.

La primera parada para reflexionar, sería preguntarnos ¿para quiénes son estas amenazas? Porque, si tú le dices a un niño “si corres por la calle y no paras en el paso de cebra, te puede atropellar un coche”, sin duda estás pensando en el bienestar del niño. Pero cuando le dices “Los reyes magos saben todo lo que haces, y si te portas mal sólo te traerán carbón”, eres tú quien sales beneficiado con su buen comportamiento. Comportamiento, por cierto, muy contextual y de efectos muy limitados en el tiempo.

De nuevo, estamos usando su miedo para nuestro propio interés. Que ojo, entiendo que no es sencillo. No entro a juzgar por qué usas estas estrategias. Pero sí es responsable por mi parte decirte que no son adecuadas.

La siguiente parada, sería pararnos a pensar qué es lo que estamos consiguiendo. ¿Realmente los niños están interiorizando un valor o consiguiendo aprender algo nuevo? La realidad es que los niños se portarán como se porten. Quiero decir, lo máximo que vais a conseguir es que oculten lo que no quieren que sepáis.

¿Cuál es la verdadera enseñanza? Lo que le estamos diciendo es que el buen comportamiento, no es bueno en sí mismo si no hay una recompensa a cambio. Así como tampoco ellos son buenos en sí mismos si no hay un comportamiento que los avale. Son sus actos los que los convierten en quienes son y quienes los que dictaminan lo que merecen. Estamos condicionando el amor a la conducta.

Estas figuras (Papá Noel, los Reyes Magos...) representan una forma de recibir amor en forma de regalos de manera mágica. Una forma que además es caduca y que dentro de poco tiempo ya no tendrá cabida en su pensamiento. Por éso es tan importante que éstas representen el amor incondicional. Porque pasada su etapa evolutiva del pensamiento mágico, esas figuras retornarán a quienes siempre fueron: papá y mamá.

Por último, recordemos que hay familias que desgraciadamente tienen muy pocos o ningún regalo. Transmitirles que los niños que han sido buenos son los que han recibido regalos, fomenta cierto pensamiento  que más adelante justifica que el que tiene más, es porque lo merece.

Os escribe este post una adulta que a día de hoy sigue escribiendo la carta a los Reyes Magos. Porque es un sentimiento maravilloso saber que alguien dirije tu mirada a tí preguntándose qué hacer para hacerte más feliz. Simple y llanamente porque te quiere. Sin hacer revisión del año. 



viernes, 16 de noviembre de 2018

¿Dónde te duele?



Los peores golpes, están vestidos de legitimidad, de aceptación, de convencimiento de estar haciendo lo correcto. ¿Aunque el otro llore? Sí, aunque el otro llore.

¿Qué pensarías si te ofreciesen la posibilidad de hablar en público para una presentación y tú no quisieras? Te da vergüenza, o no sabes sobre el tema, o simplemente no quieres. Dices asertivamente que no, y continuamos. Pero esa persona te coge del brazo, y te lleva hasta allí. Le vuelves a decir que no quieres hacerlo, ya con la respiración más agitada, temeroso de que no te deje hacer tu voluntad. Pero entonces aparece el director, y te dice que tienes que hacerlo. ¡Qué tienes que hacerlo! ¿Por qué? Te atreves a preguntar. Pues porque sí.

A estas alturas del relato, ya estás leyendo contrariado, extrañado por lo inverosímil o al menos infrecuente de la situación. ¿Pero y si el protagonista de la historia fuera un niño? Y si en vez de una presentación fuese enseñar su trabajo a la clase, o hacer el baile que se ha aprendido en la cena de navidad, o subir al púlpito a leer la Palabra en misa? De repente, parece que la vara de medir tiene un sistema de medición diferente. Lo que para mí era inaceptable, para él es "pero qué más le da", "¿qué pasa, que no te sabes la lección?", "es que tiene vergüenza. ¡Pero si es la tía, hombre!"
Lo veo a diario. Deslegitimizar el sufrimiento de los niños. Darles a sus lágrimas un valor diferente al de los adultos. Cuando, os aseguro que siempre (sí, siempre) son necesarias.
Así que, la próxima vez que os encontréis juzgando a un niño porque "no es para tanto", imaginaros en su papel. Haceros pequeñitos, como hacía la ya apolillada Pepita Pulgarcita. Imaginaros ahí, con todo ese miedo, con todas esas lágrimas. Mirarlos a los ojos. Atreveros a hacerlo. Y entender que no tenéis más derechos que ellos. Que de hecho, ellos tienen más derecho que vosotros. Porque en pro de hacer valer la mayoría de los suyos, te necesita a tí, adulto, para que los hagas cumplir. 
#NoEsTanDiferente

jueves, 8 de noviembre de 2018

Valiente

                                                    Ir a amandalanchas.com


Hoy comentaba en un tweet la simpática experiencia que he tenido en el metro con un niño. Es deformación profesional y posiblemente innato amor a la infancia, mi tendencia a ponerme cerca de ellos. Siempre me llevo algo bueno: una sonrisa, una mirada cómplice, un juego, o como hoy, una interesante conversación.

Como decía, iba con los auriculares escuchando música, y hemos cruzado las miradas. Él, ajeno al aparato musical que me impedía escucharlo, ha comenzado la conversación conmigo. Al darme cuenta, me he retirado los cascos, y me he agachado (si supiéramos cuánto hay a la altura de los ojos de los niños, estaríamos con ellos siempre de rodillas.)

Le he preguntado qué me había dicho, y me ha contestado que iba al médico. Más concretamente, al médico de los dientes. Le he preguntado si tenía miedo, y me ha dicho que sí.

Su madre, con mirada simpática y cómplice de nuestra conversación, ha contestado “Pero él no tiene miedo porque es muy valiente”.

Muy posiblemente estaba intentando tranquilizarlo. Y más allá, desearía que no tuviera miedo. Pero es que, para que no tuviera miedo, tendría que no ir al medico de los dientes. ¡Ojalá y no tuviera que ir al dentista! Ese sí que es un deseo realista.

El problema es que aún hoy en día, muchas personas siguen pensando que hay emociones positivas y negativas. Buenas y malas. Y esta categorización, hace  que inevitablemente, queramos protegernos o protegerlos de las que creemos que pueden llegar a dañar.  Pero lo que realmente hace daño, es reprimir emociones que son tan necesarias para sobrevivir. Lo que es negativo en todo caso, es lo que hacemos con lo que sentimos.

Sería equiparable a querer que no expreses dolor si te quemas con el fuego. Más allá, sería querer que aunque te quemases, no te doliese. ¡Ojalá y no te quemases! Ese sí es un deseo realista. Ojala y no te duela aunque te quemes, es un deseo imposible. Así que, entendiendo que te va a doler, es necesario que lo digas. La percepción del dolor tiene una función tan importante en la supervivencia como expresarlo.

Nuestras emociones son las mismas que las de los niños: nos enfadamos, nos alegramos, nos ponemos tristes...Sin embargo, contamos con muchos más recursos para enfrentarnos a ellas. En el caso de los niños, todavía no son capaces de identificar lo que les pasa. Es por eso que es tan importante ayudarlos con nuestras palabras a traducir lo que sienten para tener conciencia de lo que necesitan. De esta manera, estamos legitimando lo que están sintiendo.

Así que, cuando un niño comparta contigo una emocion que le hace sentir mal, dale permiso para sentirlo: "entiendo que estés asustado por tener que ir al dentista", "comprendo que estés triste porque no está tu amigo", "a mí también me hubiera gustado poder encontrar la pelota".

No lo juzgues, ni niegues lo que siente. No le prohíbas sentir.

Volviendo al niño del metro, sin duda compartir su miedo conmigo le ha ayudado a legitimizar su sentir. Hemos hablado sobre cómo son los médicos, qué aparatos tienen en la consulta, lo simpáticos que son, el dolor que a veces causan y para qué sirven las ambulancias. El conocimiento crea sensación de control. Y el control también nos ha servido durante toda nuestra historia para la supervivencia.

A su madre le he dicho que no era verdad que no tuviera miedo. Pero ni él, ni ninguno de los que íbamos en el vagón. Y que lo realmente valiente, era que lo había dicho.

                                                   Ir a Amandalanchas.com






viernes, 14 de septiembre de 2018

Palabras.

Ir a Amandalanchas.com


Palabras que quedan grabadas, cosidas, marcadas a fuego.

Qué gordo estás. Si es que nunca te enteras de nada. Qué torpe eres. Ojalá y te parecieras a tu hermano. Quita que yo lo hago. Eres insoportable.

¿Palabras que nacen del amor? No niego que no lo haya en quien las dice. Pero no es de lo que están hechas.

Porque amar y dañar son excluyentes. Porque el daño es daño, venga de quien venga. Y si intentas vincularlas, creas confusión.

Porque no estás enseñando a poner el límite, porque el límite lo estás poniendo tú. Porque estás enseñando que no se puede hacer responsable de su propio sentir, y que será otro el que legitime su dolor.

Y no juzgo. Estoy convencida de que quien las dice ahora, las escuchó antes. Y siento muchísimo que tuviera que hacerlo. Me gustaría poder estar en ese momento y acompañar en ese primer insulto, en esa primera palabra mortal. Hubiera acompañado contestando, corriendo, llorando o gritando.

Y estoy convencida también de que crees que funciona. Porque crees que "no es para tanto" y que "es por su bien". Tú eres la prueba. Pero fíjate cuánto daño te hicieron, que lo has normalizado para no seguir sufriendo.

Y te animo a que consigas ese bien que buscas. A través del cuidado, de la protección, de los límites, de la comunicación, del respeto. Te animo a que compruebes lo que las palabras hechas de amor pueden llegar a conseguir. 

Y ahora puedes hacer lo que quieras. Contestar, correr, llorar o gritar. También puedes no hacer nada. Puedes decir que no quieres que te lo digan. Puedes decir que no importa si no lo entienden. Puedes huir. Puedes pedir ayuda para hacerlo.

Puedo ayudarte a poner palabras a lo que sientes. A subir el volumen de lo que dices. Puedo ayudarte a que te escuchen. Puedo ayudarte a que tus palabras no sean mudas. 

Ir a Amandalanchas.com

jueves, 6 de septiembre de 2018

#NoEsTanDiferente


A veces uso este hashtag cuando describo una situación protagonizada por niños. Me ayuda a reflejar la similitud que existe entre su sentir y el de los adultos.

Doy por hecho que cuando un adulto actúa como actúa, lo hace sin saber el daño que genera. Es por éso por lo que escribo. Para ayudar a entender.

Puede ser que os sintáis identificados con los ejemplos. Es posible, porque lo que cuento casi siempre es real. La intención no es enjuiciar, sino cambiar el prisma.

......................................


Si evoco situaciones en las que pienso sobre ésto, me viene aquel adulto que hablando de un niño con él delante, afirma “...no, si él no se entera”. O aquella otra que cuando una niña llora por un motivo que a sus ojos es insuficiente, le contesta con “¿qué pasa, eres un bebé?”. O un niño en plena rabieta que recibe un “hasta que no me hables normal, no te voy a contestar”.

Con cualquiera de esos ejemplos podríamos poner en práctica, el “no es tan diferente”. ¿Qué pasaría si dos personas estuvieran hablando de tí, cuchicheando, mirándote...? ¿Qué pensarías? ¿Cómo te sentirías? ¿O que discutiendo con tu pareja, ésta te dijese que no va a continuar hablando contigo hasta que no dejes de llorar? Qué horrible no poder expresarte como necesitas. Qué sensación tan desagradable la de saberte parte de una conversación en la que tú no estás.

Claro que hay diferencias entre el proceder del adulto y del niño. Su forma de comprender y vivir la vida, es muy diferente a la nuestra. Pero el miedo es el miedo, el enfado es el enfado, la alegría es la alegría...Independientemente de quién la sienta. Estas emociones junto a la tristeza, la ira y el asco, son emociones básicas.

Todas se corresponden con una función adaptativa. Es decir, todas ocurren para algo. Imaginad si un niño no tuviera miedo; se pondría en riesgo constantemente. O si no se enfadase, a lo mejor no dispondría de la herramienta necesaria para dar paso a la tristeza. O el asco o el rechazo. Sin ellos aceptaría cualquier situación sin excepción.

Desde el nacimiento, los niños tienen que aprender a utilizar las emociones. Éstas cambian en función de las necesidades del entorno. No es sencillo. Tanto no lo es, que incluso llegada la edad adulta, hay algunas que no sabemos del todo manejar.

Si desacreditamos sus emociones en función de las circunstancias en las que se dan, estaremos creando confusión. ¿Cómo darle fuerza a la idea de que no tiene que aceptar un tocamiento si cuando alguien quiere darle un beso y él no quiere le decimos que tiene que hacerlo? ¿O cómo legitimar la emoción de la tristeza cuando hay una pérdida, si cuando estuvo triste porque perdió su estuche le dijimos que no era para tanto? La emoción es siempre lícita. No se tiene más o menos derecho en función de la edad con la que se experimenta.

Por éso, cuando estés con un niño, intenta sentir lo que él siente. No valores si tiene razón o no para estar reaccionando así. Porque ya te digo yo que sí que la tiene. Sólo piensa y siente qué te gustaría recibir a ti si estuvieras sintiendo lo mismo. #NoEsTanDiferente. De verdad que no lo es.




lunes, 6 de agosto de 2018

Cambiando la perspectiva




No es infrecuente la demanda que me encuentro en consulta realizada por padres y madres acerca del motivo que genera a sus hijos a actuar como lo hacen. Es curioso a su vez, que aún siendo esa la duda con la que acuden, sea una de las preguntas que no se han hecho a ellos mismos. Cuando yo les contesto con la pregunta “¿Y qué crees que era lo que tu hijo necesitaba en ese momento cuando... (gritaba, lloraba, rompía...)? Ahí, en ese momento, sí son capaces en mayor o menor medida, de darse una respuesta.

Pongamos un ejemplo. Un padre que me relata que cuando comienza a preparar la cena de su hijo de tres años, éste a veces, se niega a comer, y ésto le supone alargar el tiempo destinado a la cena, disponer de menos para otras actividades, enfadarse con su hijo...Cuando le pregunto “Oye, ¿y qué crees que era lo que estaba necesitando en ese momento?”. Ahí, cuando es capaz de salir de su propia -y completamente lícita- necesidad, para adentrarse en la de su hijo, es cuando ve con más claridad “Creo que lo que le hubiera gustado es que cenara con él. Me lo ha pedido varias veces, pero yo prefiero hacerlo cuando él ya está en la cama”.

Vale, entonces la situación es otra. Él no está reaccionando porque no le gusta la cena. Lo que pasa, es que quiere cenar contigo. Y oye, bien visto, actuando así (gritando, llorando, rompiendo), consigue que estés a su lado mientras lo hace. No es exactamente lo que quería, pero se le acerca. Al final, su comportamiento no deja de ser una herramienta de supervivencia. Es decir, le sirve para algo que necesita.

No hay ninguna conducta en el niño (ni en el adulto, si me apuras) que no tenga una finalidad. Otra cosa es que la conozcamos. Y voy más allá. A lo mejor la conocemos, pero no sabemos cómo hacerla explícita. ¿Cuántas veces los adultos, ante una situación que nos produce frustración, tristeza, ansiedad...lo que expresamos es enfado? Pues imaginaros...si nosotros que deberíamos tener cierto abanico de herramientas para expresar cómo nos sentimos, nos cuesta, cómo de bien lo puede hacer un niño de tres años...Pues lo mejor que puede, sin duda.

Yo os animo que a la pregunta de “¿por qué lo hace?” le deis una vuelta de rosca, y os preguntéis “¿para qué lo hace?”. Porque en esa finalidad, está el motivo. El “para qué”, está relacionado con su necesidad. En el por qué, hay en muchas ocasiones un juicio implícito. Y a nadie nos gusta que nos juzguen.